Recuerdo la primera vez que fui a Europa, en los noventa. Era la primera persona de mi familia en llegar al viejo continente. Mi abuelo había salido huyendo de España, y mi padre y sus hermanos habían nacido en América. Yo retornaba, no como refugiado económico o político, sino como turista. Era un logro.
Caminando por las calles de Munich, aún recuerdo la desesperación que sentía por atrapar el momento. Estoy aquí, me decía a mi mismo. Es ahora y estoy aquí, en este momento único e irrepetible donde he logrado, por mis propios méritos o quizás no tanto, llegar más lejos que cualquiera de mi familia.
Estoy aquí. Miraba las calles, los escaparates, las personas, intentando atrapar esos momentos y registrarlos en mi memoria para contarlos después al regreso. Pero era mi ahora, mi instante definitivo donde me graduaba de no se qué. Era ahora.
Estoy aquí y es ahora. No había nada más importante. Ni los museos ni los paseos ni los lugares históricos ni los cafés me importaban. Me importaba mi presencia ahí. Sentía como nunca he sentido lo importante del ahora. Esto está pasando, me decía. Y no pasaba nada. Solo yo pasaba, que le daba magnitud al simple hecho de estar en una calle en un momento de la tarde.
Así como aquella vez fui a Alemania, cada día vengo a contarte el instante, este momento irrepetible donde eres y donde soy, donde somos la prueba viviente del milagro del ser.
Subscribete